La Lima de Varguitas, del poeta y de Zavalita. La de los años 50 y 60, aquella en la que Mario Vargas Llosa vivió y se inspiró para escribir la primera etapa de su producción literaria: Los cachorros, La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral. Muchos de los lugares descritos ya no existen o han cambiado tanto que hay que llevar los libros en la mano para corroborar la dirección. Algunos otros todavía siguen allí, tan reales como los describe en sus novelas.
Un barrio mesocrático
Iba a pasar los fines de semana, cuando sacaba buenas notas, donde unos tíos, en Miraflores. Allí conocí a un grupo de muchachos y muchachas de mi edad con los que compartí los ritos de la adolescencia. Eso era lo que se llamaba entonces tener “un barrio”: familia paralela, cuyo hogar era la esquina, y con quienes se jugaba al fútbol, se fumaba a escondidas, se aprendía a bailar el mambo y a declararse a las chicas.
Mario Vargas Llosa tenía diez años cuando llegó a Lima y desde entonces guardó en su memoria las calles y personajes de una ciudad que por los años 50 aún era tranquila. Sus recuerdos, potenciados por la ficción, dieron origen años después a obras que lo consolidaron como narrador. Miraflores fue su escuela sentimental, allí dejó de usar pantalón corto, dio sus primeros besos, fue a sus primeras fiestas y fumó sus primeros cigarrillos. La mesocrática Miraflores. Un lugar en el que también vivió con su primera esposa, Julia Urquidi, su tía. Por la precaria situación económica, se instalaron en un minidepartamento en una quinta de la calle Porta 183. Él la llamaba la Quinta de los Duendes por ser tan pequeñita. Hoy está rodeada de grandes edificios, casi como detenida en el tiempo. Es uno de los escenarios que aparecen en Conversación en La Catedral.
Ahora, en el interior G que Mario y Julia ocuparon vive Edson León, un músico que sale a abrir la reja con una gran sonrisa. Pareciera haber sido contratado por Promperú para promocionar este reciente destino turístico de la capital. “No sabía que había sido su departamento. Cuando me enteré, leí Conversación en La Catedral”, cuenta. De pronto se ha convertido en un personaje que conversa con periodistas, recibe llamadas de amigos y curiosos. Hasta sus vecinos lo miran de reojo. “A veces me preguntan si siento algo especial, y la verdad no. Es una feliz coincidencia. Llevo cinco años en estos 40 metros cuadrados y nunca imaginé ser parte de una guía turística”.
Otro lugar recordable en Miraflores, gracias a la obra de Mario, es la calle Diego Ferré, donde vivía Alberto, el poeta, uno de los protagonistas de La ciudad y los perros. La casa, signada con el número 225, conserva la arquitectura de los años 30. ¿Quién vive ahí ahora? Nadie contesta a la puerta.
Cuartel para adolescentes
El Leoncio Prado era un microcosmos del Perú. Tenías a los blanquitos que formaban o formábamos un grupo relativamente pequeño; era un grupo que venía de Miraflores, de San Isidro (…). Luego había un sector muy amplio de clase media donde había muchos muchachos que querían seguir carreras militares. Pero también venían chicos de provincias que habían conseguido becas. (...) Cada uno llevaba allí sus prejuicios y sus odios y sus resentimientos, y todo eso se presentaba como aprisionado dentro de una estructura militar.
Mario tenía 14 años cuando su padre lo envió al Colegio Militar Leoncio Prado. Allí cursó el tercero y cuarto año de educación secundaria, entre 1950 y 1951. Las aulas en las que estudió y que sirvieron para contar la historia de La ciudad y los perros aún siguen en pie en la avenida Costanera 1541 en La Perla, Callao. En octubre pasado se anunció la rehabilitación, remodelación y equipamiento del colegio que describe en su novela. Su estancia aquí fue un material invalorable con el que alimentó el personaje de Alberto, quien –así como el mismo Mario– escribía cartas de amor para las enamoradas de sus compañeros y novelitas pornográficas. Tuvo también que resistir el ritual salvaje de ser un perro, un recién llegado.
Las imágenes y los personajes memorables de la novela parecen reales. O lo fueron, pero los conocimos transfigurados por el poder de las palabras. “Caminar por la estrecha calle húmeda que separa el ruidoso (mar) Pacífico de los muros del Colegio Militar Leoncio Prado me dejó sin habla e hizo que mis piernas comenzaran a temblar. Aquí había sucedido todo, aquí vivieron el Poeta, el Esclavo, el Jaguar”, ha contado el escritor chileno Alberto Fuguet sobre su recorrido por la Lima literaria de Vargas Llosa.
Periodista en el Centro
El periodismo era una opción clara porque estaba cerca de la literatura. Se lo dije a mi padre. Como él era representante de una agencia internacional de noticias (...) que tenía servicio exclusivo al diario La Crónica, me dijo que me iba a hacer entrar a trabajar allí cuando terminara cuarto de media. Así entré a trabajar a La Crónica, lo que fue una experiencia fundamental. Trabajé en diciembre del año 51 y enero, febrero y marzo del año 52. Tenía 15 años. Con ese trabajo vino el descubrimiento de la noche. Fue la única etapa de mi vida en la que hice bohemia.
La avenida Tacna –donde algunos de los edificios antiguos acogen hoy a tiendas por departamentos– y la avenida La Colmena se convirtieron en lugares memorables cuando Santiago Zavala, protagonista de Conversación en La Catedral, se pregunta apenas al inicio de la trama: ¿En qué momento se jodió el Perú? El diario La Crónica ya no existe, pero las dos avenidas aún mantienen esas construcciones desiguales y descoloridas que, como Zavalita, mucha gente sigue mirando sin amor. En la cuadra dos de jirón Ucayali todavía se yergue el Hotel Maury donde se hospedaba Cayo Mierda. Y si viramos la ruta hacia plaza San Martín, donde Rafo León explica que estaba la parte parisina de Lima, los cafés modernos, los restaurantes bistró, los bares y el hotel Bolívar. Ahí Mario, el escritor, y Santiago, el personaje, frecuentaban el bar Negro Negro, hoy bar de Grot.
Lo infaltable en este recorrido es el inmortal bar La Catedral, en la cuadra dos de Alfonso Ugarte, donde Ambrosio y Santiago se reencontraron para enfrentar el pasado de una vez y para siempre. Hasta ese lugar llegamos hace unos días para encontrar que del local solo queda un gran portón, con paredes agrietadas y pintas con spray. Es “la carcoma del tiempo”, como diría Mario. Será mejor tomar uno de sus libros y sumergirse en esa Lima tan suya y tan nuestra que la literatura tiene el don de hacer eterna.
(Fuente revista Domingo, La República)
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