jueves, 21 de junio de 2012

El vientre de cetáceo que se coló en La ciudad y los perros

Nobel presentó edición hecha por la Real Academia de la Lengua, que de este modo conmemora los 50 años de la publicación de su afamada novela. El escritor recordó en Madrid que obra estuvo vigilada por los severos censores del dictador Francisco Franco.

Madrid. EFE.

Cincuenta años después de que La ciudad y los perros ganara el premio Biblioteca Breve, Mario Vargas Llosa no sabe qué influencia pudo tener su primera novela en el Perú de la época, pero está “absolutamente convencido” de que “una sociedad que lee buena literatura es más crítica y menos manipulable que otras”.

“Una sociedad impregnada de buena literatura es más exigente con el mundo en el que vive y con las instituciones que la gobiernan; exige más porque sueña más, desea más”, decía ayer Vargas Llosa al presentar ante la prensa la edición conmemorativa que las veintidós Academias de la Lengua Española han realizado de La ciudad y los perros.
Esta cuidada edición, revisada por el propio autor y coordinada por la Academia Peruana de la Lengua, está ya a la venta en España y, en el plazo de dos semanas, estará disponible en todos los países hispanoamericanos. La publica Alfaguara y su precio será de 12,90 euros o del equivalente en la moneda de cada país.

Vargas Llosa no suele releer sus obras, pero con motivo de esta edición sí lo ha hecho con La ciudad y los perros y ha sentido “una gran nostalgia” de la época en que la escribió y de lo que significó para él este libro.

Fue su primera “obra ambiciosa” y, al enfrentarse de nuevo a ella, se acordó mucho de aquellos comienzos en los que “nunca” pudo “imaginar que esta novela tendría la historia que ha tenido y, mucho menos, que 50 años después estaría todavía viva”.

Un libro no solo es fruto de “la fantasía y la imaginación”, sino también de la experiencia vivida y la que reflejó el gran escritor peruano en su primera novela fue el tiempo que pasó en el colegio militar Leoncio Prado, donde su padre lo matriculó para que se le quitaran las ganas de dedicarse a la literatura.

A ese colegio iban muchachos de todas las clases sociales del Perú, “con sus prejuicios, sus resentimientos y rencores”. La experiencia “no fue grata” para el futuro novelista, que sufrió “mucho con la disciplina y con la violencia” que reinaba en aquel centro.

Pero Vargas Llosa le está “muy agradecido” al Leoncio Prado porque le descubrió el país donde había nacido. Fue para él “una gran aventura” y desde entonces soñó con reflejarla en un libro.

Empezó a escribir la novela en 1958, en Madrid, en su casa y en una tasca de la calle Menéndez Pelayo llamada El Jute y la terminó en una buhardilla de París.

El manuscrito “estuvo rodando como un alma en pena de editorial en editorial”, recuerda Vargas Llosa en el prólogo, hasta que llegó a manos de Carlos Barral, director de Seix Barral, que lo presentó al premio Biblioteca Breve y tuvo que sortear mil dificultades para superar la férrea censura franquista.

Como señalaba ayer con humor Vargas Llosa, las negociaciones con los censores duraron “casi un año” y al final le pidieron al escritor que cambiara ocho frases. En una de ellas sustituyó el “vientre de ballena” que tenía el coronel, director del colegio, por “un vientre de cetáceo”, y en otra cambió “el burdel” por el que solía merodear el capellán por “un prostíbulo”, términos que, al parecer, eran más del agrado del censor.

En la segunda edición del libro, Barral restauró las frases originales, comentó el autor de La casa verde.

Para escribir La ciudad y los perros se inspiró en muchos autores pero, sobre todo, en Faulkner, “el novelista que más ha influido en la literatura moderna latinoamericana”. Y también le sirvió la convicción de Flaubert de que un escritor que nace sin talento, se lo puede labrar “a base de perseverancia, disciplina y terquedad”.

Vargas Llosa sabe que la buena literatura hace “menos manipulable” a una sociedad, y sabe también que “los tiempos malos son generalmente buenos para la literatura”.

Fuente: La República

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