Escribe César Lévano
Ayer domingo, cuando arrancaba a escribir sobre Mercedes me llamó Víctor Merino, simplemente para saludarme. Le pregunté si había conocido a Mercedes, y soltó un caudal de recuerdos. Evocó, así, que allá por 1975 “La Negra” llegó a Lima, aparentemente de vacaciones, y le dijo que estaba buscando a un poeta joven y apuesto que se llamaba César.
“¡Calvo!”, acertó él gran músico.
Él ayudó a la búsqueda de esta mujer enamorada, pero no sabe nada más.
En cambio, precisa las veces que se vieron en México, hace diez años, cuando él residía en la casa espaciosa de Tania Libertad, a la que ayudaba a armar un disco. Una tarde, anota Víctor, “toqué al piano y canté sólo para Mercedes una chacarera que yo había compuesto con letra de Carlos Onetto”. Onetto era un fino poeta popular conocido sólo en su faz cómica, como “Pantuflas”. La canción se titula “Caminito Serrano”, y en su estrofa inicial dice así: “El camino va trepando / el horizonte serrano / y la fatiga se aleja / mientras me acerco a tu espera”.
A cierta altura del canto, “La Negra”, que en realidad era india, se quebró. Rompió a llorar, tocándose el pecho a la altura del corazón.
Sin duda se acordó de su tierra en Tucumán, donde vivía con sus padres y tres hermanos en una pobreza extrema. “Comíamos trigo y sal”, recordó en una entrevista. “Pero mi madre decía: esta noche: pavo”.
Me trae a la memoria a mi abuela materna. Vivíamos en esa etapa en Lince, en una casa de adobe, donde se escuchaba todo lo que hablaban los vecinos. La vieja cocinaba con pescado que le obsequiaban un machete relleno era un boccato di Cardinale (no Cipriani, desde luego). Al servir, mi abuela preguntaba a su tribu de mietos: “¿Tú qué quieres? ¿Ala, pechuga o pierna?”.
En la casa de la niña Mercedes Sosa no había luz, excepto la de su voz. Su padre trabajaba en la chimenea de un ingenio azucarero.
A las 21 años, en 1957, ella conoció a Carlos Mathus en una peña. Se casaron, ella vestida de negro porque no tenía plata para el vestido blanco. En 1960 se mudaron a Buenos Aires, donde ella se encargaría de la portería y la limpieza de un edificio. En 1965, él la abandonó. Era ella entonces comunista militante.
En esa época, su voz hermosa, apasionada y dulce, la empinó a la fama. La dictadura militar de Argentina la obligó a exiliarse. En París triunfó.
Los gorilas no se atrevieron a matarla o encarcelarla. Pero le prohibieron cantar en su país.
Como si no existieran las grabaciones, las casetes, la radio, la televisión, el documental cinematográfico. Como si la voz de la verdad, el amor, la libertad y el sueño se pudieran exiliar.
(Fuente La Primera 05/10/09)
Él ayudó a la búsqueda de esta mujer enamorada, pero no sabe nada más.
En cambio, precisa las veces que se vieron en México, hace diez años, cuando él residía en la casa espaciosa de Tania Libertad, a la que ayudaba a armar un disco. Una tarde, anota Víctor, “toqué al piano y canté sólo para Mercedes una chacarera que yo había compuesto con letra de Carlos Onetto”. Onetto era un fino poeta popular conocido sólo en su faz cómica, como “Pantuflas”. La canción se titula “Caminito Serrano”, y en su estrofa inicial dice así: “El camino va trepando / el horizonte serrano / y la fatiga se aleja / mientras me acerco a tu espera”.
A cierta altura del canto, “La Negra”, que en realidad era india, se quebró. Rompió a llorar, tocándose el pecho a la altura del corazón.
Sin duda se acordó de su tierra en Tucumán, donde vivía con sus padres y tres hermanos en una pobreza extrema. “Comíamos trigo y sal”, recordó en una entrevista. “Pero mi madre decía: esta noche: pavo”.
Me trae a la memoria a mi abuela materna. Vivíamos en esa etapa en Lince, en una casa de adobe, donde se escuchaba todo lo que hablaban los vecinos. La vieja cocinaba con pescado que le obsequiaban un machete relleno era un boccato di Cardinale (no Cipriani, desde luego). Al servir, mi abuela preguntaba a su tribu de mietos: “¿Tú qué quieres? ¿Ala, pechuga o pierna?”.
En la casa de la niña Mercedes Sosa no había luz, excepto la de su voz. Su padre trabajaba en la chimenea de un ingenio azucarero.
A las 21 años, en 1957, ella conoció a Carlos Mathus en una peña. Se casaron, ella vestida de negro porque no tenía plata para el vestido blanco. En 1960 se mudaron a Buenos Aires, donde ella se encargaría de la portería y la limpieza de un edificio. En 1965, él la abandonó. Era ella entonces comunista militante.
En esa época, su voz hermosa, apasionada y dulce, la empinó a la fama. La dictadura militar de Argentina la obligó a exiliarse. En París triunfó.
Los gorilas no se atrevieron a matarla o encarcelarla. Pero le prohibieron cantar en su país.
Como si no existieran las grabaciones, las casetes, la radio, la televisión, el documental cinematográfico. Como si la voz de la verdad, el amor, la libertad y el sueño se pudieran exiliar.
(Fuente La Primera 05/10/09)
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