miércoles, 16 de junio de 2010

Entrevista a Pedrito Otiniano

“Mi niñez fue bonita, ya de grande me hice un bohemio”

Pedrito Otiniano es uno de los grandes referentes del bolero. Cantante de himnos como Ay cariño, Kío. 

Me acuerdo del terremoto del 40. Mi mamá me decía: '¿Cómo te vas a acordar si entonces solo tenías dos años’, pero así soy: una computadora terrible. Por ejemplo, a los nueve años debuté en Radio Mundial. Canté Fatalidad: 'Nocturno, de celaje deslumbrante, tu encanto rememoro a cada instante’ (y Pedrito nos canta el vals de Martínez y Sixto Prieto). El programa se llamaba Radioclub infantil y lo dirigía Maruja Venegas”. Pedrito Otiniano, el gran cantante de boleros, nos habla de su prodigiosa memoria.
¿Siempre le gustó cantar?
Toda la vida. Felizmente, cuando crecí, la voz me cambió para bien. El secreto: nunca me exigieron cantar. A los 19 años me hice artista profesional, cuando gané el concurso 'Buscando Estrellas 1956’, de radio Excelsior. Hasta entonces solo me daban propinas; por ejemplo, mi padrino Luis Macchiavelo me daba un sol por cantar Corazón de Dios (y Pedrito nos canta el tema), pero en 1956 dejé de ser amateur (ríe).

¿Se dedicó a la música por dinero?
No, yo no pensaba en eso. Le cuento, yo debí irme a la Scala de Milán. No me fui porque uno no pensaba en el futuro, uno se dedicaba a la palomillada, a la bohemia. Le cuento una anécdota: fui a Japón y llevé unos 200 discos para vender. En el aeropuerto me revisaron la maleta y vieron los discos: “Yo soy Pavarotti”, les dije. “¿Pavarotti?”. Y empecé a cantar, mi voz retumbó en el aeropuerto y me dejaron pasar (ríe). Yo tengo el mismo timbre de Pavarotti. Si me hubiera dedicado a estudiar, habría destacado a nivel mundial.

¿Ha sido muy bohemio?
Mi niñez fue bonita; de grande me hice un bohemio, pero no bebía mucho… Si lo hubiese hecho, ya estaría muerto. ¿Mujeres? Claro ¿Pocas? ¿Le parecen pocas trescientas? (risas).

¿Cómo educó su voz?
Yo escuchaba emisoras como radio Central, Colonial, Lima, que pasaban canciones de Leo Marini, Hugo Romaní, Carlos Gardel, José Mujica... nadie me decía apréndete tal o cual canción. Yo me las aprendía porque tenía un gran oído. Sucede que mi mamacita, quien nunca salía a la calle, mientras trapeaba o lavaba la ropa, cantaba. Y así, creo, aprendí a cantar. Es más, yo no sabía que era cantante, nunca cuidé mi voz, nunca pensé en grabar un disco, nunca nadie me guió (se quiebra).

¿A quién le gusta cantarle?
A la vida, a la mujer. Yo jamás cantaría canciones como Víbora, donde se le dice a la mujer maldita, perdida. A mí me gusta valorar a la mujer. Yo no puedo desaprovechar mi voz insultando, porque mi voz, la verdad, es bonita, melodiosa: yo era un jilguero de niño.

¿Cuál siente que fue su mejor época?
Entre los años 50 y 60. En 1956 me fui a Santiago de Chile. Allí canté música criolla. Y 10 años después vino un auge mayor, pues mis canciones ya sonaban en Brasil y en Ecuador. Al llegar al aeropuerto de Guayaquil me pregunté: “¿A quién esperará esa multitud?”, y era a mí: había más de 20 mil personas gritando. “Pedrito, te queremos”, se leía en los carteles…

Usted siempre fue 'Pedrito’ y no 'Pedro’, ¿no?
Así le ha gustado llamarme a la gente porque soy tierno y carismático. Además, me gusta ayudar a la gente pobre, a las viejitas les doy su beso; a las cholitas las abrazo, pues para ellas soy inalcanzable… ellas ya saben que yo las quiero.

Lucho Barrios era adorado en Chile…
Y yo en Ecuador. Yo me demoré mucho en ir a Brasil… fue 16 años después del éxito de mis discos, pero, cuando fui, la gente todavía se acordaba de mis canciones: Ay cariño, El pintor, etcétera. Hay niños con los nombres de mis canciones. Un empresario quiso hacer un mano a mano entre Javier Solís y yo, pero, lamentablemente, Javier murió. Eso sí, yo le sacaba la mugre a Solís (ríe).

¿Cree que el Perú lo ha reconocido como merece?
Sí, pero gracias al aplauso del pueblo peruano. Yo no tengo necesidad de recibir ni diplomas ni nada. Yo he cantado en todo el Perú, no he despreciado ningún escenario… si hay presidentes, igual me planto bien. En Brasil canté ante 20 mil personas y, normal, yo tranquilo. En Ica, ante ocho mil personas, se fue la luz; igual, yo canté a capela. La gente gritaba eufórica: “Pedrito presidente, Pedrito presidente” (risas). Una vez, en Talara, yo salí al escenario. La gente me pedía El puñal; yo me demoré en cantarla y, cuando al fin lo hice, la gente empezó a gritar: “¡Fuera, fuera!”. Allí aprendí la lección: al público hay que complacerlo siempre.

(Fuente Diario Perú 21)

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