Ramiro Llona hurga y recoge de su memoria eso que necesita para seguir vital a sus 63 años. A la pintura y serigrafía, se suma ahora la escultura en gran formato, en un intento por decirlo todo.
Le había costado mucho dejarla. Y con el tiempo, se había convertido en ese paso suspendido, a la espera de darse para acrecentar su lenguaje. A lo largo de los años, Ramiro Llona ha trazado nuevos límites en su obra: pintura, grabado, serigrafía, cerámica… Pero faltaba eso que dejó al inclinarse por una especialidad. “Era un pendiente que siempre tenía. Incluso dentro de mi pintura decían que hay un asunto escultórico y volumétrico”, dice el artista peruano, que ha sumado a esa larga carrera artística la escultura y, con ello, ha encontrado esa dosis necesaria para seguir vital.
Lo básico se lo recordó la escultora Johanna Hamann: compró barro, alambres, mallas… y volvió a empezar de nuevo. “Fue una sensación fabulosa, como una adrenalina joven, como que estaba funcionando una totalidad nueva en mí. Pero en la tercera pieza me pareció que estaba comenzando a ilustrar mi trabajo pictórico y me fui por otro lugar, porque me estaba robando la experiencia escultórica, no quería hacer ni esculturas de mis cuadros. Uno de nuevo tiene que ir a escarbar y buscar su lenguaje del principio”, relata Llona, quien con “El uso de la memoria” ha tomado toda la galería Lucía de la Puente como museo de sitio para exhibir una serie de esculturas en bronce, cuadros y serigrafías, siempre en dimensiones mayores.
El lenguaje de Llona –como alguna vez lo dijo el psicoanalista Jorge Bruce (mencionó que en su obra está la alegría de vivir pero también el registro de un dolor y un abismo)– está en esa escultura de casi tres metros exhibida en la sala principal, que produce ansiedad, una sensación despierta y a la vez suspendida, pero siempre acechante. “Hay eso dramático, como un desgarro, es el dolor hecho realidad, es extraño”, dice el artista, que “trabaja desde su existencia pura”, como quien hurga en nuevas formas para no caer en los mismos pasos. “Hay un momento en el cual te alcanzas e ingresa tu biografía y memoria y lo que has visto y lo que quieres, a pesar de que trato de ir más rápido en mi gesto, de encontrar cosas nuevas y no afirmar lo que ya sé. Esa confrontación con tu multiplicidad es lo que te da identidad, lo que te regresa a ti mismo”, reflexiona.
Por eso, cuando su núcleo cercano, tan acostumbrado a ver la presencia de color en su obra, se asombró de ver que sus esculturas eran en negro, Llona optó por seguir con ese tono y hacer una obra áspera, difícil, con presencia y volumen. “Eso fue un buen signo. Pensé: ‘Debo estar planteando algo que incomoda’. Finalmente, si el arte no cuestiona, no sirve para nada”, afirma. Esa es otra expansión que hace Llona con su lenguaje para no caer en los parámetros: “No tengo agenda previa ni teórica ni ideológica ni física, porque no hago ni bocetos. Empiezo mis cuadros de una manera muy expresionista, caótica, abstracta y de pronto un color se apodera de la superficie e ingresa como un temperamento”. Y su temperamento lo ha llevado a pintar sobre la malla cada una de las serigrafías exhibidas en el segundo piso, haciendo una copia única, individualizada.
Atrás de la monumental escultura está ese cuadro en formato inmenso (“los formatos han vuelto a crecer y de nuevo hay esa ambición y un intento de volver a decirlo todo”) que le ha dado el título a la muestra y que es el homenaje a Blanca Varela, su amiga. Lo estaba pintando cuando la poeta falleció: “Es un acto de gratitud”, dice sobre la obra “El uso de la memoria”. Él, en cuya vida y obra el psicoanálisis se vuelve trascendente, confiesa que el talento es de alguna manera lo que uno hace con la memoria: “Uno decide y tiene capacidad de ver de dónde saca las cosas, cuán profundo o superficial va y qué hace falta en ti. El uso de la memoria es como un abecedario infinito, un discurso inagotable. Y hay instantes en los que sientes que estás funcionando al 100%, es un estado privilegiado. Algunos hacen yoga, otros maratones, y uno pinta, pero es esa sensación en donde estás siendo totalmente, es dificilísima, cuesta trabajo, pero saber que existe es maravilloso y uno va en su búsqueda”.
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Lugar: Lucía de la Puente. dirección: Paseo Sáenz Peña 206 A, Barranco. horario: de lun. a vie. de 11 a.m. a 8 p.m., sáb. hasta las 7 p.m. ingreso: Libre.
(Fuente El Comercio)
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