Por Augusto Álvarez Rodrich
“Si hay un país que tiene no solo el derecho sino la obligación de tener un Ministerio de Cultura es el Perú”, es una frase pomposa del presidente Alan García que no sirve para justificar la necesidad de crear esta nueva entidad en el país. Que es, justamente, lo que se requiere saber.
García lanzó la propuesta en el mensaje de fiestas patrias de julio del año 2008 y, desde entonces, se estuvo preparando el proyecto de ley que el presidente firmó ayer antes de enviarlo al Congreso para que lo debata y, eventualmente, apruebe.
El objetivo declarado es loable y apunta a “promover la cultura en todos los ámbitos y salvaguardar nuestro riquísimo patrimonio monumental, histórico y cultural”. El nuevo ministerio se encargaría de “formular, aprobar, ejecutar, supervisar y evaluar la política nacional del estado en materia de cultura y dirigir los sistemas de biblioteca, museos y archivo”.
La actual jefa del Instituto Nacional de Cultura (INC), Cecilia Bákula, cree que pone el parche antes del chupo y anuncia que el nuevo ministerio no creará más burocracia y que hará más eficientes los organismos actuales. Pero ese no es el punto que debiera debatir el Congreso al evaluar este proyecto de ley.
Incluso, no habría problema en crear más burocracia si esta fuera necesaria para promover un fin socialmente deseado como la cultura. La pregunta relevante es por qué el nuevo ministerio podrá promover la cultura con más acierto que lo que ahora (no) hace el INC y, de paso, qué impide a los actuales organismos vinculados a la cultura ser realmente eficientes.
Ese es el tema central que el Congreso debe dilucidar antes de aprobar la creación del Ministerio de Cultura. ¿Qué podrá hacer este que hoy no puede hacer el INC y, de paso, cuánto dinero tendría la nueva organización para cumplir sus fines? Si eso no se resuelve, mejor seguimos igual (de mal) que ahora.
No se puede caer en el absurdo de creer, como siempre, que una nueva ley o ministerio –todo un símbolo de estatus– resolverán el problema. Esto se explica por la creencia injustificada de que la cercanía al presidente siempre soluciona las cosas.
Eso es falso. Tenemos, por ejemplo, un ministerio para la Educación pero esta, en el Perú, es una estafa pública. Y del mismo modo como se propone crear el de la Cultura, ¿por qué no hacer lo mismo con la tecnología, deporte, infancia, turismo o gastronomía (lo cual, estoy seguro, mandaría al tacho todo lo avanzando en este rubro en los últimos años)?
Antes que la forma organizacional –ministerio o instituto–, lo crucial es la voluntad política real –expresada en planes y presupuestos– para tener políticas públicas exitosas. Y eso, en la cultura, como en muchos otros ámbitos, es lo que verdaderamente hace falta.
(Fuente La República)
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