En la cuadra dos de la avenida Emancipación sobrevive una casona colonial. Hasta hace poco era ocupada por un estudio fotográfico, una peluquería y un puesto informal de compra de oro y plata al peso. Allí vivió de 1849 a 1854 el gran pintor Paul Gauguin.
Por: Helio Ramos Peltroche.
Cinco años de su infancia los pasó allí, en casa de su tío bisabuelo Pío Tristán. Esta cuadra tiene el carácter de la Lima del siglo XXI: puestos de ventas de videos piratas, un chifa que ofrece menú “con sopa wantán”, boticas, y una playa de estacionamiento “a sol cincuenta la hora o fracción”.
La Lima que se fue
Como otras calles del Centro Histórico, la avenida Emancipación conserva apenas una que otra casona colonial o republicana. El aspecto actual de la casa no se asemeja al que albergó al pequeño Paul, a su hermana Marie y a su madre Aline Chazal (hija de Flora Tristán). Entonces era una mansión de tres patios que ocupaba toda la calle.
El arribo
Gauguin y su familia dejaron París poco antes del golpe de Napoleón III. Paul tenía apenas un año. Sus padres educados en un ambiente republicano tenían la idea de fundar un diario en Lima, aprovechando los vínculos familiares peruanos y el posible cobro de una herencia. Durante el viaje, en el fantasmal Puerto del Hambre —Estrecho de Magallanes— falleció Clovis, padre de Gauguin y periodista antimonárquico, víctima de un aneurisma. Aline Chazal siguió rumbo a Lima donde su tío abuelo, don Pío Tristán, la recibió con los brazos abiertos y la alojó con sus dos hijos en la casona. Una actitud muy distinta a la que tuvo con Flora Tristán, según lo narra ella en “Peregrinaciones de una paria”.
El loco de la azotea
Gauguin recuerda su infancia en Lima y la casona en su “Diario íntimo”, escrito en 1903, poco antes de morir, ”[] recuerdo esta época de mi vida, nuestra casa, y tantas otras cosas que ocurrieron. Veo todavía a la negrita que, como era costumbre, llevaba a la iglesia la pequeña alfombra sobre la que nos arrodillábamos para rezar []
En Lima, esa deliciosa ciudad donde nunca llueve, los techos eran terrazas. Si había un loco en la familia, tenía que ser mantenido allí [...]. Recuerdo que una vez mi hermana, la negrita y yo, que dormíamos en una habitación cuya puerta abierta daba al patio interior, fuimos despertados y vimos a un loco. La luna alumbraba el patio. Nos quedamos callados. Todavía veo al loco entrar a nuestra habitación, lanzarnos una mirada y luego, tranquilamente, trepar de nuevo a la terraza”.
Tiembla la tierra
En el “Diario íntimo” (publicado en Estados Unidos en 1921, con prefacio de su hijo Émile), Paul Gauguin recuerda un terremoto en Lima: “Fui despertado de noche y vi el magnífico retrato de mi tío (don Pío) que colgaba en la habitación, con los ojos fijos en nosotros, moviéndose”.
En otro pasaje, se refiere también a las tapadas limeñas a través del recuerdo de su madre Aline:
“Qué graciosa y bonita era cuando se ponía su vestido limeño, con la mantilla de seda que le cubría el rostro dejándole espacio para echar un vistazo con solo un ojo, un ojo tan suave e imperioso, tan puro y acariciador”.
El paraíso perdido
El pintor Fernando de Szyszlo considera que esos cinco años limeños marcaron indeleblemente a Gauguin y guiaron su búsqueda de ese paraíso perdido que persiguió toda la vida. “Aquí conoció una vida de lujo que debió ser como el paraíso. Cuando regresa a la pobreza en Francia, Lima le quedaría como una imagen del cielo”, dice Szyszlo.
Hombre de mar
En el otoño de 1854, la familia retorna a Francia, pues el abuelo paterno ofrece conceder a sus nietos un anticipo de herencia. El pequeño Paul es enviado a un colegio jesuita. En 1860, Aline se instala en París y trabaja como modista, entabla relación con la pudiente familia Arosa y se convierte en amante de Gustave Arosa, fotógrafo, coleccionista de arte precolombino y empresario cuya fortuna procedía de la venta del guano peruano. En 1865, Gauguin se enrola como grumete. Al año siguiente, viaja a Sudamérica y visita otra vez Lima. En 1867, muere su madre y Gustave Arosa, su tutor, lo recomienda como corredor de la bolsa de París. “Le va estupendo, gana mucho dinero y compra cuadros de impresionistas como Monet, Manet, Pissarro, porque tiene una afición innata por la pintura”, señala Szyszlo.
Influencia precolombina
Fue probablemente en casa de Arosa donde vio por primera vez piezas mochica y chimú, platería colonial y pinturas de artistas peruanos como Ignacio Merino, afincado por entonces en París. Muchos de los cuadros de Gauguin tendrían influencia del arte precolombino. Sus obras de cerámica, como el “Autorretrato” trabajado en 1889, las hace al estilo de los huaco-retrato mochica.
Salvaje del Perú
Su vínculo con el Perú se manifiesta constantemente en sus escritos y expresiones. A menudo decía “dos cosas que nunca pueden ser ridículas: un niño y un salvaje del Perú”. Así le escribe a su amigo Émile Schuffnecker, a quien durante su estancia en Bretaña le explica sobre su cuadro, “una lucha de dos chicos al borde del río pintados por un salvaje del Perú”. Para Szyszlo, cuando Gauguin se fuga a los mares del sur, busca una forma de vida primitiva que empezó con su estadía en Lima.
(Fuente: Rev. Dominical del diario El Comercio 06/12/09)
Cinco años de su infancia los pasó allí, en casa de su tío bisabuelo Pío Tristán. Esta cuadra tiene el carácter de la Lima del siglo XXI: puestos de ventas de videos piratas, un chifa que ofrece menú “con sopa wantán”, boticas, y una playa de estacionamiento “a sol cincuenta la hora o fracción”.
La Lima que se fue
Como otras calles del Centro Histórico, la avenida Emancipación conserva apenas una que otra casona colonial o republicana. El aspecto actual de la casa no se asemeja al que albergó al pequeño Paul, a su hermana Marie y a su madre Aline Chazal (hija de Flora Tristán). Entonces era una mansión de tres patios que ocupaba toda la calle.
El arribo
Gauguin y su familia dejaron París poco antes del golpe de Napoleón III. Paul tenía apenas un año. Sus padres educados en un ambiente republicano tenían la idea de fundar un diario en Lima, aprovechando los vínculos familiares peruanos y el posible cobro de una herencia. Durante el viaje, en el fantasmal Puerto del Hambre —Estrecho de Magallanes— falleció Clovis, padre de Gauguin y periodista antimonárquico, víctima de un aneurisma. Aline Chazal siguió rumbo a Lima donde su tío abuelo, don Pío Tristán, la recibió con los brazos abiertos y la alojó con sus dos hijos en la casona. Una actitud muy distinta a la que tuvo con Flora Tristán, según lo narra ella en “Peregrinaciones de una paria”.
El loco de la azotea
Gauguin recuerda su infancia en Lima y la casona en su “Diario íntimo”, escrito en 1903, poco antes de morir, ”[] recuerdo esta época de mi vida, nuestra casa, y tantas otras cosas que ocurrieron. Veo todavía a la negrita que, como era costumbre, llevaba a la iglesia la pequeña alfombra sobre la que nos arrodillábamos para rezar []
En Lima, esa deliciosa ciudad donde nunca llueve, los techos eran terrazas. Si había un loco en la familia, tenía que ser mantenido allí [...]. Recuerdo que una vez mi hermana, la negrita y yo, que dormíamos en una habitación cuya puerta abierta daba al patio interior, fuimos despertados y vimos a un loco. La luna alumbraba el patio. Nos quedamos callados. Todavía veo al loco entrar a nuestra habitación, lanzarnos una mirada y luego, tranquilamente, trepar de nuevo a la terraza”.
Tiembla la tierra
En el “Diario íntimo” (publicado en Estados Unidos en 1921, con prefacio de su hijo Émile), Paul Gauguin recuerda un terremoto en Lima: “Fui despertado de noche y vi el magnífico retrato de mi tío (don Pío) que colgaba en la habitación, con los ojos fijos en nosotros, moviéndose”.
En otro pasaje, se refiere también a las tapadas limeñas a través del recuerdo de su madre Aline:
“Qué graciosa y bonita era cuando se ponía su vestido limeño, con la mantilla de seda que le cubría el rostro dejándole espacio para echar un vistazo con solo un ojo, un ojo tan suave e imperioso, tan puro y acariciador”.
El paraíso perdido
El pintor Fernando de Szyszlo considera que esos cinco años limeños marcaron indeleblemente a Gauguin y guiaron su búsqueda de ese paraíso perdido que persiguió toda la vida. “Aquí conoció una vida de lujo que debió ser como el paraíso. Cuando regresa a la pobreza en Francia, Lima le quedaría como una imagen del cielo”, dice Szyszlo.
Hombre de mar
En el otoño de 1854, la familia retorna a Francia, pues el abuelo paterno ofrece conceder a sus nietos un anticipo de herencia. El pequeño Paul es enviado a un colegio jesuita. En 1860, Aline se instala en París y trabaja como modista, entabla relación con la pudiente familia Arosa y se convierte en amante de Gustave Arosa, fotógrafo, coleccionista de arte precolombino y empresario cuya fortuna procedía de la venta del guano peruano. En 1865, Gauguin se enrola como grumete. Al año siguiente, viaja a Sudamérica y visita otra vez Lima. En 1867, muere su madre y Gustave Arosa, su tutor, lo recomienda como corredor de la bolsa de París. “Le va estupendo, gana mucho dinero y compra cuadros de impresionistas como Monet, Manet, Pissarro, porque tiene una afición innata por la pintura”, señala Szyszlo.
Influencia precolombina
Fue probablemente en casa de Arosa donde vio por primera vez piezas mochica y chimú, platería colonial y pinturas de artistas peruanos como Ignacio Merino, afincado por entonces en París. Muchos de los cuadros de Gauguin tendrían influencia del arte precolombino. Sus obras de cerámica, como el “Autorretrato” trabajado en 1889, las hace al estilo de los huaco-retrato mochica.
Salvaje del Perú
Su vínculo con el Perú se manifiesta constantemente en sus escritos y expresiones. A menudo decía “dos cosas que nunca pueden ser ridículas: un niño y un salvaje del Perú”. Así le escribe a su amigo Émile Schuffnecker, a quien durante su estancia en Bretaña le explica sobre su cuadro, “una lucha de dos chicos al borde del río pintados por un salvaje del Perú”. Para Szyszlo, cuando Gauguin se fuga a los mares del sur, busca una forma de vida primitiva que empezó con su estadía en Lima.
(Fuente: Rev. Dominical del diario El Comercio 06/12/09)
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