lunes, 11 de febrero de 2013

Cine: Django sin cadenas

Federico de Cárdenas

La octava y esperada película de Quentin Tarantino Django (Knoxville, Tennesee, 1963) cumple sus promesas. El realizador sigue tratando el cine de géneros y subgéneros a través de una clara voluntad de autor. Como antes el policial, las cintas de artes marciales o el filme de guerra, aquí se trata de un homenaje al spaghetti western, aunque la sorpresa es que en realidad también lo sea al western clásico, una vez hechos los saludos rituales a Sergio Leone y a ese otro Sergio, Corbucci (el de Django, Navajo Joe o El gran silencio) cuyas películas Tarantino adora.

Veamos rápidamente la historia, ambientada dos años antes de la guerra civil norteamericana. Un cazador de recompensas alemán, el Dr King Schultz (Christop Waltz), compra a un esclavo llamado Django (Jamie Foxx) ofreciéndole la libertad si lo ayuda a eliminar a los hermanos Brittle, a quienes no conoce. Django aprende el oficio y se hace socio de Schultz, sin olvidar que su verdadero objetivo es lograr la liberación de su esposa Brunhilde (Kerry Washington), vendida al terrateniente Calvin Candie (Leonardo Di Caprio), quien tiene como consejero a un anciano esclavo llamado Stephen (Samuel L. Jackson).


Con una memoria prodigiosa para el cine de subgéneros, Tarantino se despliega en el inicio del filme: genérico de apertura con letras rojas idénticas al Django de Corbucci, rostros patibularios como en Leone, zooms rapidísimos de acercamiento y salida que fueron la marca de estilo del western a la italiana y el mismo talento para la creación de personajes y situaciones que hacen del exceso su característica. Basta ver el puntilloso y barroco alemán que compone con máxima diversión Watz, el malvado esencial que encarna Di Caprio (hay que habituarse a sus salidas de tono y cóleras exasperadas) o el diabólico personaje que despliega Samuel Jackson con su talento intacto. En este panorama, los más sobrios y menos recargados son Jamie Foxx y Kerry Washington, aunque por momentos recuerden personajes de melodrama (la evocación de la historia de los Nibelungos no es gratuita) y sea a través de Django de Foxx que Tarantino ponga en acción el gran tema que motiva a todos sus protagonistas de una película a otra, que es el de la venganza.

Tarantino es uno de los mayores estilistas del cine mundial y nadie como él para retorcer y cambiar la atmósfera de sus filmes, alejándola de todo realismo o dando al realismo otra dimensión por hipertrofia o enrarecimiento. Por eso no es con poca sorpresa que asistimos a lo que llamaremos, a falta de un término mejor, un “apaciguamiento” de su puesta en escena, que de pronto pasa del spaghetti western a western puro y simple. No al de John Ford, un maestro que el italoamericano no aprecia, sino al de Howard Hawks. Hay amplios paisajes, desplazamientos vistos en travelling lateral y amistades masculinas de maestro a discípulo, como la que se entabla entre Schultz y Django.

Atención, con esto no queremos decir ni por un momento que Tarantino haya rodado una nueva versión de Río rojo, Sangre en el río, Río bravo o El dorado, pero sí que –todas distancias guardadas– Django es la más clásica de sus películas, aunque la audacia de tono, la insolencia de los diálogos y la dilatación peculiar del tiempo –que tiende a alargar, como ocurre en las cintas de Leone– le pertenezcan. Por lo demás, es el único cineasta que se atreve a paralizar una secuencia de persecución para dar paso a una de comedia, como ocurre en ese momento –entre los mejores de la cinta– en que los supuestos KKK se ponen a discutir sobre la incomodidad de sus capuchas. Un cambio de tono al más abierto humor.

La escena que hemos descrito, y que ayuda a explicar el humor secreto que está presente en el tratamiento de la cinta, no excluye otras de enorme violencia (el esclavo despedazado por los mastines), pero se trata siempre, como hemos señalado, de una violencia estilizada, que por momentos hace recordar a otro maestro del western moderno como es Sam Peckimpah. Nos explicamos: si los diluvios de sangre a cada herida (“sangre no, color rojo”, diría Godard) son otra marca de estilo del western a la italiana, la magistral orquestación del retorno de Django a la casa sureña de Calvin Candie y las dos balaceras que en ella ocurren recuerdan mucho algunas del cineasta pielrroja.

Debemos concluir, pero no sin antes decir que estamos ante una de las mejores cintas de Quentin Tarantino, en su mezcla en dosis adecuadas de humor y violencia, de homenaje al cine de géneros (sin excluir algunas autocitas y una aparición como actor) y de complicidad gozosa con el espectador. Algunas pequeñas caídas de tono no impiden el disfrute total de “Django”.

La ficha

Dirección y guion. Quentin Tarantino

Fotografía. Robert Richardson

Reparto. Jamie Foxx, Christop Waltz, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington, Samuel Jackson.

Producción. EEUU, 2012. Duración. 165 minutos.

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