Condenado a muerte por traición, sabotaje y espionaje contra la corona británica, Roger Casement sueña con la posibilidad de tomar un baño y vestir ropa limpia. Mira los muros de roca de la prisión londinense de Pentonville y recuerda su vida. En la prisión sobra tiempo para pensar.
Lo visitan el asistente de su abogado, su querida prima Gertrude, su amiga la escritora e historiadora Alice Stopford Green, y un sacerdote católico irlandés que le da fuerzas antes de la hora final. Todos le piden que confíe que la petición de clemencia firmada por personalidades como Sir Arthur Conan Doyle, William Butler Yeats o George Bernard Shaw ablandará el corazón del Rey. Pero Sir Roger sabe que el imperio no perdonará a uno de sus cónsules convertido en activo militante de la independencia irlandesa.
Así, con las tribulaciones de Roger Casement en Pentonville Prison se inicia la extraordinaria novela del Nobel Mario Vargas Llosa “El sueño del Celta” (Alfaguara), un libro que vuelve a fascinarnos no solo por la maestría del escritor para contar la historia de un personaje increíble sino también por la ingeniería de su edificación. Cada capítulo impar de la novela nos confronta con un Casement que reflexiona pocos días antes de subir al cadalso, mientras que, en los pares, fluye la peripecia vital de un hombre de diversas gestas: la denuncia de los horrores del colonialismo en el Congo, el genocidio de las comunidades nativas del Amazonas o las negociaciones con la Alemania del canciller Bismarck para conseguir la independencia de Irlanda.
Navegando por los diferentes tiempos de la historia como si surcara los rápidos afluentes del Amazonas, Vargas Llosa dosifica con su acostumbrado genio a lo largo de 450 páginas la enorme información de Sir Roger, recopilada durante tres años. Así, la memoria del protagonista, afiebrado por el paludismo, puede por ejemplo saltar del año 1903, cuando se desempeña como cónsul británico en la paupérrima aldea de Boma, a 1884, antes de cumplir los veinte años, en su primer viaje al África. El relato de su expedición a lo largo del río Congo, con la intención de redactar un informe para la Foreign Office sobre la situación de los nativos y las catastróficas consecuencias del sistema de trabajos forzados, se intercala entonces con sus primeras misiones en Nigeria, Maputo y Angola, cuando motivado por el idealismo creía que el comercio y el cristianismo promovido por las instituciones políticas de Occidente emanciparían a los africanos del atraso. Trabajando al lado del famoso explorador Henry Morton Stanley, abrazaba la noble causa de Leopoldo II, el Rey de los belgas que se presentaba como el gran monarca humanitario, empeñado en acabar con la esclavitud, la antropofagia y el paganismo en el Congo.
Pasarían años para que Casement perdiera la ingenuidad y se diera cuenta del desigual intercambio comercial entre África y Europa. Para el Continente Negro iban los fusiles, las municiones, los chicotes y el vino, las estampitas, crucifijos y coloridas cuentecillas de vidrio. Para Europa, las millonarias rumas de caucho, codiciados cuernos de marfil y pieles de animales. Sin embargo, más tarde sería testigo de la mayor desgracia: las terribles condiciones de vida de los nativos que el Rey Leopoldo II de Bélgica juraba proteger.
Por entonces conoció a un joven capitán de la marina mercante británica, un polaco recientemente nacionalizado inglés llamado Konrad Korzeniowski, quien años después, recordando el infierno congoleño y las largas conversaciones con Casement, escribiría su novela “El corazón de las tinieblas” firmando ya con el nombre de Joseph Conrad.
Casement, preguntándose por qué la población nativa se había reducido tan drásticamente, recorre el río Congo para recoger los más dramáticos testimonios. En el hospital de Bolobo o en la guarnición de Mbongo, descubre y fotografía hombres con las manos trituradas y los penes cortados con machetes, castigos impuestos por la fuerza pública belga en estas poblaciones por no cumplir con las cuotas de caucho para la entrega. Desafiando las presiones del Rey de Bélgica (país aliado a la corona británica), su detallado informe escrito a pedido de la Foreign Office fue publicado en 1904 y tuvo el impacto de una bomba. Fortaleció la corriente de opinión contraria a las atrocidades del monarca belga y logró que los países europeos despojaran al Leopoldo II del país que había convertido en su impune coto de caza.
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DE VIAJE AL AMAZONAS
La segunda parte de “El sueño del celta” se enfoca en el recorrido de Roger Casement por el Amazonas, nuevamente encomendado por la Foreign Office británica para recoger las denuncias contra la compañía cauchera Peruvian Amazon Company, formada por millonarios capitales ingleses, pero presidida por el empresario peruano Julio C. Arana. Años antes, en su labor diplomática en las ciudades brasileñas de Santos o Pará, Casement había escuchado historias sobre la violencia alcanzada en las regiones caucheras. Pero fue a fines de agosto de 1910, al llegar a la ciudad de Iquitos, que el cónsul británico pudo ver el increíble drama humano. La novela de Vargas Llosa rompe con cualquier aureola romántica y de esplendor económico que pudiera haberse contado de la capital de la Amazonía. El Iquitos de principios de siglo XX es una ciudad que se mantenía económicamente gracias a las empresas de Arana, que inspiradas por el lucro habían esclavizado a miles de indígenas para la recolección del jebe. Tras recorrer los campamentos caucheros en la región del Putumayo, las denuncias que Roger Casement lanzó desde Inglaterra fueron decisivas para que la caucherías peruanas quebraran.
Las torturas y asesinatos sistemáticos de indígenas, la desaparición entera de comunidades de huitotos, ocaimas, muinanes, nonuyas, andoques, rezígaros y boras, emprendidas en nombre del progreso de la selva, no es una asignatura que se enseña en las escuelas del país. En realidad, uno de los capítulos más terribles de nuestra vida republicana solo aparece en investigaciones históricas reservadas para los especialistas. ¿Por qué? En una teleconferencia ofrecida el viernes desde Madrid, Mario Vargas Llosa respondió así a El Comercio: “No se enseña esta historia en el Perú, ni en Colombia, ni en el Brasil, porque es una historia que nos acusa a nosotros, los peruanos, los colombianos, los brasileños. Nosotros somos corresponsables de lo que allí sucedió. Nosotros éramos el país donde eso ocurría y que no hizo nada para evitarlo. No podemos exonerarnos de responsabilidad. Eso ocurrió porque el Perú oficial de entonces lo permitió. Incluso, hasta hoy día hay defensores de Arana, quienes dicen que defendió la nacionalidad, que gracias a Arana el Perú mantuvo esos territorios”, explica el Nobel.
“Por eso, para mí el mérito de Roger Casement es enorme –añade–. Él vio, estuvo allí, entrevistó a la gente y dejó un testimonio. Esos testimonios, afortunadamente, nos permiten ahora volver sobre ese horror y hacerlo público. Es un horror que nos denuncia, que nos acusa. En el Congo, se puede decir que fueron los colonizadores belgas los culpables. Pero en el caso del Perú, de Colombia, de Brasil, no fueron colonizadores extranjeros, sino peruanos, colombianos y brasileños los que cometieron esos horrores. Además, en muchos casos fueron condecorados y considerados héroes por sus países. Es una vergüenza, es algo que nos debe remorder la conciencia, sobre todo si pensamos que las víctimas de los caucheros siguen siendo todavía ciudadanos de segunda o tercera clase, viviendo en condiciones verdaderamente primitivas”.
“El Perú oficial se indignaría si lo enfrentaran a los crímenes que cometieron los caucheros hace cien años. Sin embargo, no hace mucho por desagraviarlos, por incorporarlos verdaderamente a la modernidad. La verdad es que no nos ocupamos de eso porque nos sentimos muy incómodos y entendemos secretamente que tenemos una responsabilidad de aquello que ocurrió hace 100 años”, nos dice MVLL.
LA CAUSA IRLANDESA
La experiencia de Casement en el Congo y el Putumayo transformaron al funcionario irlandés. Llevó su batalla personal contra el colonialismo a su propia casa, considerando la situación de Irlanda respecto a Inglaterra tan terrible como la que el rey de Bélgica podía haber tenido con el Congo. Dimitió del servicio consular en 1912, se unió a los voluntarios irlandeses, contactó en Nueva York con nacionalistas exiliados y buscó la ayuda alemana, en plena Gran Guerra, para conseguir la independencia irlandesa.
Los alemanes, interesados por el debilitamiento que un levantamiento en Irlanda podía infligir a su enemigo inglés, prometieron al grupo de irlandeses insurrectos 20.000 fusiles, 10 ametralladoras y la munición necesaria, pero el barco que transportaba las armas nunca llegaría a desembarcar en Irlanda. Fue interceptado por el servicio británico de guardacostas el 21 de abril de 1916, un Viernes Santo. Sin armas, el llamado alzamiento de Pascua fue reprimido duramente. Casement, entonces en suelo británico, fue arrestado, acusado de traición y condenado a muerte.
CASEMENT, EL OTRO
Héroe para unos, villano para otros, defendido por libertario, aborrecido por traidor, una de las personalidades que impulsaron a inicios del siglo XX la lucha por los Derechos Humanos fue convertido por el Gobierno Británico en un perverso criminal, acusado de sodomía y pedofilia. En los últimos días de su vida, la divulgación de fragmentos de sus diarios secretos hicieron públicas sus aventuras homosexuales, las que le valieron el desprecio incluso de amigos cercanos.
¿Su condición homosexual motivó a Casement a sentir mayor identificación con otras minorías discriminadas, ya no por orientación sexual sino por su cultura y su color de piel? Para el autor de “El sueño del celta”, es muy posible. “La condición homosexual en esa época ponía a la persona en un riesgo tremendo”, señala Vargas Llosa a El Comercio. “Todavía la moral victoriana estaba muy arraigada, había penas de cárcel para los homosexuales, de tal manera que esto tuvo que hacerlo vivir en una enorme inseguridad. Seguramente eso le hizo mas fácilmente identificarse con quienes vivían esa marginalidad extrema. Creo que la homosexualidad de Casement fue evidente, lo que no es muy seguro es que las cosas que dicen esos diarios secretos fueran realmente vividas por él. Cabe la posibilidad de que las escribiera porque esa era la única manera de vivirlas. Son experiencias con las que, acaso, soñaba, pero era muy difícil de materializar en los lugares donde él vivía. Mi impresión es que, por lo menos, una buena parte de las confesiones sexuales de sus diarios o son grandes exageraciones o puras invenciones de él mismo”, añade MVLL.
(Fuente El Comercio)
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