Este 4 de octubre se estrena en las salas de cine limeñas Coliseo, los campeones. Su director, Alejandro Rossi, y la productora Rosa María Álvarez-Gil esperaban desde hace diez años ver su guion en la pantalla grande. La cinta cuenta la historia de un grupo de jóvenes danzantes de huaylarsh, nietos de migrantes y orgullosos de sus raíces.
Por María Isabel Gonzales.
Hasta 1984 el director de Coliseo, los campeones era un joven geólogo que disfrutaba subiendo montañas y explorando cuevas. Ese era un Alejandro Rossi que viajaba por la sierra peruana y acampaba cerca de algún pueblito. Por las noches veía a las mujeres usando trajes brillantes y a los hombres zapateando con fuerza. Cuando regresaba a Lima se descubría tarareando su música. En la capital buscaba las emisoras folclóricas y frecuentaba las fiestas de danzantes en La Victoria. En época de carnavales era un asiduo a los concursos de huaylarsh.
No tenía claro qué llamaba tanto su atención. Se consideraba apenas un fan y ni siquiera aspiraba a ser un gran conocedor. Pero una noche le cayó el golpe de gracia. Fue en una visita al local folclórico Hatun Wasi, ubicado en el kilómetro 6 de la Carretera Central, en Vitarte. Recuerda que vio a un grupo de chicas y chicos dándose los últimos retoques al vestuario. Unas miraban las polleras de las otras. Parecían barbies con cinturones de colores vivos. Los chicos tenían la frente en alto. Cantaban y se reían.
“Parecía otro país. No eran como los limeños que caminaban mirando hacia el piso. Estos eran jóvenes orgullosos de sus raíces migrantes. Me di cuenta de que yo quería compartir esa visión y pensé que el cine era la mejor forma de hacerlo”, cuenta Alejandro. Según explica, no se trataba solo de filmar una historia alrededor del huaylarsh.
La danza era su pretexto para hablar de la voluntad de los jóvenes por mantener vivo el legado cultural de sus familias. “Se habla mucho de la reciprocidad andina, pero no se habla de sus esfuerzos por ser cada vez más competitivos. De esas historias de emprendimiento, de la ética para el trabajo. Hay un vacío de ese tipo de historias en el cine y con esta película intento llenarlo”, afirma.
Pero la carrera de diez años por llevar su guion al cine –la primera versión estuvo lista en el 2002– no la corrió solo. A su lado ha estado la mujer que al comprometerse con él también se comprometió con Coliseo. Ella es Rosa María Álvarez-Gil, una huaracina que sobrevivió al terremoto de Yungay en 1970. Aquel día fue un domingo de matiné y ella estaba en el cine con su abuela y su hermana. Cuando la tierra dejo de moverse, de las 300 personas que estaban allí solo 20 quedaron vivas. Aquel terrorífico episodio tuvo algo de premonitorio. Fue a la universidad y terminó con la especialidad de audiovisuales.
Desde entonces no ha parado de hacer documentales, cortos y largometrajes. En ella Alejandro encontró a su mejor socia. Fundaron la productora Cineruna y bajo ese techo empezaron un trabajo de hormigas. Investigaron y filmaron a dos grupos de danza y acabaron editando un documental sobre el huaylarsh. Lo llamaron Lima ¡Wás! “Lo hicimos en el 2004. Eso nos distrajo de Coliseo durante un tiempo”, dice Rosa María. Pero lo que ella no sabía cuando terminaron el documental era que la cuesta que tenían que subir se iba a poner cada vez más empinada.
TOCANDO PUERTAS
Rosa María cuenta que la producción de Coliseo les costó 450.000 dólares. De ellos unos 250 mil provienen de haber ganado concursos del Conacine, el Fondo Ibermedia y apoyos de Aecid, Edyficar y otros. Tocaron varias puertas y no muchas se abrieron. “La mayor parte del tiempo se usa para buscar dinero. Los montos que entrega el gobierno son muy pequeños y no bastan para producir una película. Gracias a Dios lleve cursos de emprendurismo y me concienticé en que antes de cualquier venta había que tocar 35 puertas antes de que abriera una. Por eso trate de mantener el espíritu lo más alto posible y seguir la carrera”.
Para ellos el próximo reto será a partir del estreno. Deben tener una audiencia aceptable para no ser retirados de la cartelera en la primera semana. Todos cruzan los dedos.
Alejandro Rossi asegura que no le interesa hacer un cine para intelectuales. Durante la presentación de su ópera prima para la prensa dijo que los norteamericanos hacen películas sobre ellos y para ellos. Y para él ese es el modelo a seguir. Quiere filmar largometrajes que vendan y que sean sobre peruanos. “Estoy en ese intento. En el de impulsar un cine popular. Queremos crear ciudadanía con una imagen positiva de nosotros mismos”. El discurso de Alejandro es coherente con la película que ha trabajado.
En Coliseo, los campeones se cuenta la historia de Marcial y Esperanza. El primero es el nieto de Tomás y Luz, los ancianos dueños de una carpa de música folclórica. Esperanza ha sido criada por la pareja de abuelos, pero no tienen lazos sanguíneos. Marcial abandonó esa carpa y los ensayos de danza con su abuelo para crear sus propios pasos. Con el tiempo llega a ser parte del grupo de huaylarsh tricampeón de la competencia nacional. Mientras tanto, don Tomás se ve acorralado por la inminente ejecución de la hipoteca de su local y prefiere regresar a provincia sin pedir ayuda a su nieto.
Esperanza busca la ayuda de Marcial para entrenar a un grupo de jóvenes y ganar el campeonato de huaylarsh. Quiere el primer premio en efectivo. Cree que con ese dinero podrá salvar el lugar por donde desfilaron las estrellas folclóricas de la Lima de los años setenta. Marcial, enamorado de ella, decide ayudarla y abandona su grupo de baile. Su mejor amigo y líder de los Tricampeones, el Cholo John, lo declara traidor y busca sabotearlo.
JOVEN REPARTO
Coliseo contó con el apoyo de actores consagrados como Aristóteles Picho, Augusto Casafranca, Delfina Paredes y Jorge Rodríguez Paz. Los demás integrantes, unos 60 jóvenes, fueron reclutados en academias de baile y en una decena de audiciones. Ese fue el caso de Luis Enrique Gastelú, que interpreta a Marcial. Él llegó a un casting sin saber que acabarían pidiéndole que baile un huaino. Hizo memoria e imitó el zapateo ayacuchano de su padre. Cuando obtuvo el papel empezaron los ensayos con el coreógrafo Elvis Cabrera. Con él aprendió a bailar el huaylarsh con la pasión que requiere la danza. “Llegaba a cambiarme unas seis veces de polo porque acababan totalmente mojados”, dice.
Su antagonista, Wady Fulton, en el papel del Cholo John, se inspiró en un personaje de su vida para interpretar su rol. Recuerda que de niño llegó a su barrio en Habich un chico que solo buscaba bronca y repartía insultos a quien se le cruzara en el camino. Ahora este admirador del cine hindú confiesa que no puede estar más feliz. Cuenta que mientras pasaba los cursos en la Escuela de Arte Dramático la mayoría de producciones peruanas no aceptaban a actores con sus rasgos físicos. “Gracias a que apareció alguien como Chacalón ya empezaron a mirarnos con otros ojos”, dice. Y mientras ellos celebran, Alejandro y Rosa María alistan una secuela para Coliseo y un documental sobre las tropas sicuris de Puno. No quieren que pase mucho tiempo antes de volver a la pantalla grande.
Fuente: La República
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