martes, 26 de mayo de 2009

Lamento por Babel

FERNANDO SAVATER

Mas de un cínico ha dicho que la mejor definición de "bien" es "un mal necesario". Y me temo que confirma este aserto desencantado el estruendoso entusiasmo que está oficialmente recomendado mostrar ante la diversidad de los lenguajes humanos. Lo que en la Biblia se presenta como maldición divina para castigar la pretensión humana (y humanista) de aunar a los hombres en Babel, o sea, en la tarea común de conquistar los cielos, es ahora visto como una bendición: cada lengua es una concepción del mundo irrepetible que multiplica nuestra riqueza de perspectivas, etcétera. En correspondencia, la extinción de cualquier lengua (es decir, que sus últimos hablantes elijan expresarse en otra de mayor extensión) es una grave pérdida cultural, equivalente a la desaparición de alguna porción específica de la biodiversidad natural. Penita pena.

Es el colmo de la autocomplacencia inútil felicitarnos por lo inevitable, y la pluralidad de las lenguas lo es: como el lenguaje no es una función natural, sino artificial, debe haber muchos. Pero si especulamos con lo más deseable, por una vez estoy de acuerdo con la Biblia. Las ventajas de una lengua única para la comunicación humana me parecen indudables, y sería estupendo que a ninguno nos faltaran palabras elocuentes ante ningún semejante en ninguna parte del mundo. En cuanto a la pérdida de supuestas concepciones del mundo inscritas en cada idioma, se compensarían de sobra con la posibilidad de conocer a fondo la perspectiva personal de cada gran pensador y cada gran poeta: me interesa más lo que piensa Shakespeare o Confucio que lo que se piensa anónimamente a través del inglés o del chino.

Los partidarios de Babel, empeñados en convencernos de que multiplicar las lenguas multiplica la riqueza cultural, deberían llegar hasta el final y admitir que lo mejor sería que cada uno tuviésemos nuestro propio lenguaje: el idiolecto, es decir, la lengua monocomprensible del perfecto idiota (en el sentido etimológico del término). Tampoco resultan convincentes quienes tratan de asemejar la desaparición de una lengua a la extinción de una especie biológica, porque ningún dinosaurio quiere ser abolido, pero en cambio sí hay hablantes que prefieren cambiar de idioma cuando el que tienen no les ofrece más que desventajas. Las lenguas no sufren por dejar de ser habladas, pero en cambio hay muchas personas que padecen si por razones de arqueología se les intenta mantener hablando la que menos les conviene...

Por supuesto, también añorar la lengua universal es perder el tiempo: lo más parecido que tenemos a ella es el inglés, pero no el de Marlowe o Dickens, sino el de la business school. En cuanto al esperanto, pese a su ingeniosa y racional construcción, no cabe sino certificar su fracaso. Sólo un indudable éxito se apuntó su creador, el industrioso doctor Zamenhof. A comienzos del pasado siglo, una empresa americana que se disponía a patentar la primera cámara fotográfica portátil le pidió un nombre para su producto que fuese igualmente eufónico en cualquier lengua. Y Zamenhof acuñó la única palabra de esperanto que todos hemos pronunciado alguna vez: kodak.

(Fuente Diario El País)

1 comentario:

  1. Una observación. Dice F. Savater: "En cuanto al esperanto, [...] no cabe sino certificar su fracaso".

    Muy bien, ése es el espíritu. Certifiquemos pues, de paso, el fracaso de la Paz Mundial, el fracaso de la lucha contra la pobreza, el fracaso de la igualdad de sexos, etcétera.

    Ya en serio, un par de datos objetivos: El esperanto ha pasado de ser un idioma conocido por una única persona hace unos 120 años, a ser una lengua viva, con una rica cultura, decenas de miles de obras literarias publicadas, revistas, canciones, poemas; con un número de hablantes, en más de cien países de los cinco continentes, que se estima entre cien mil y dos millones, y va en aumento; emisiones de radio internacionales, millones de páginas web, video, cine, etcétera. Esto ya de por sí es un triunfo sin precedentes en la historia. En cuanto a su adopción como "lingua franca", hay miles de esperantistas en el mundo trabajando en ese sentido. Me parece tan prematuro "certificar" de antemano su fracaso, como hacerlo con otras "utopías" como el fin de la pobreza, digamos.

    Por cierto, no sería kodak, sino kodako, o en todo caso kodak', y siempre con el acento en la a. Otras palabras en esperanto que todos hemos pronunciado son "balai" y "mirinda", entre otras.

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