lunes, 13 de agosto de 2012

El arte de hacer retrato de la escuela arequipeña

Rescate. Los investigadores Jorge Villacorta y Andrés Garay llegan a la conclusión de que la escuela cusqueña de fotografía tuvo un gran antecedente: los fotógrafos arequipeños; y que precisamente el Martín Chambi se formó en la Ciudad Blanca para alcanzar la excelencia en el Cusco.

Pedro Escribano.

Hace diez años, el crítico de arte Jorge Villacorta y el investigador de arte Andrés Garay venían estudiando la fotografía de la escuela arequipeña. Hoy en día acaba de publicar el resultado de sus hallazgos, el libro Un arte arequipeño: maestros del retrato fotográfico, auspiciado por la Sociedad Minera Cerro Verde.

El libro, como señalan los editores, establece una cronología de la evolución del arte fotográfico en Arequipa, que comienza con los fotógrafos trashumantes desde 1860. Se cuenta primero el estudio de Carlos Heldt de 1872, pero el gran esplendor se alcanzó con la ardua competencia entre Emilio Díaz y Max T. Vargas, entre 1905 y 1914. En este “periodo dorado” se formaron como discípulos de Max T. Vargas los hermanos Carlos y Miguel Vargas y, por supuesto, Martín Chambi.

Pero el libro insiste en muchos más detalles. Para Jorge Villacorta, esta publicación “trata de demostrar que antes de la escuela de fotografía cusqueña está la escuela de fotografía arequipeña. Y que es precisamente el puneño Martín Chambi quien lleva esta experiencia al Cusco y que allí alcanza el grado de excelencia”.

“Chambi –agrega– que llegó adolescente, con 17 años. Se nutrió de la escuela arequipeña en todo. Allí se casó, allí nacieron sus hijos y allí se formó como fotógrafo”. Por ello, según el crítico, considera importante relativizar la escuela cusqueña, porque Arequipa fue su matriz.

¿Qué caracteriza a los retratos de la escuela arequipeña?

Dos aspectos: uno, la fotogenia. Es decir, cómo los fotógrafos arequipeños echan mano de sus recursos técnicos y de su cultura para realizar hermosos retratos. Saben, con una sabiduría intuitiva, “hacer” hermosos a sus modelos. Otro, utilizan el drama de la luz y sombra. Ellos llevan la luz cotidiana a sus estudios. Usan luz natural. Saben tratar la luz. Allí alcanzan una gran maestría.

Finalmente, Villacorta dice que mientras en el mundo se toma al retrato como una obra de arte, en nuestro país estamos desfasados con ese fervor artístico contemporáneo. “No sabemos mirar retratos”, concluye.

Fuente: La República

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